AL BOMBERO VOLUNTARIO
(Acróstico)
Cada vez que suena la alarma
Un semejante espera de tí.
Entonces, sin pensar en nada,
Raudo te diriges sin pensar
Para nada en tu seguridad
O quizás en los tuyos, quienes
Dedican una plegaria hacia
El cielo donde el Padre Dios
Blande, preocupado, su eterno amor.
Ordenando a su ejército del bien
Miguel arcángel, San Gabriel
Brindarte protección, porque
Eres de los suyos, eres santo.
Recién entonces, labor servida
Otra vez estás de vuelta, ahora
Satisfecho, la misión ya es cumplida.
A TI BOMBERO
A vosotros, voluntarios ignorados
flores humildes, de mi patrio suelo
a vosotros, los que vais confiados
ante el peligro, con el alma al cielo.
Cuando suena la sirena, sois los primeros
en acudir presurosos al incendio
y en tal forma, sois unos héroes
anónimos por cierto, eres bombero.
En las noches de gran silencio,
más ardua vuestra labor se hace
y es más puro y más sano el sacrificio
en aras de tu ideal, ya que eres bombero.
Al mirarte a tí, voluntario abnegado
planta fuerte de amor y de esperanzas
por siempre se te ve bien inspirado
y a todo el mundo das confianza.
Al ver tu acción, pura y floreciente,
la dulce alegría mi corazón siente;
das tu vida para la Patria, el fruto
y tu sacro laurel adornan tu frente.
Tu hazaña es por siempre sagrada
de esta tierra de amor. Patria bendita
con tu nombre el corazón palpita
ya que tu hazaña gentil, no tiene acaso
lauros para tu alma de bombero.
No elevas con orgullo, tus anhelos
lleno de gloria, sois más grandes
como se elevan, sus cúspides al cielo
los montes de cristal, de nuestros Andes.
Oh; heroico voluntario, lleno de inocencia
que en rico fruto, te abrirá mañana
ya sabes es de oro tu conciencia
y se teje la corona, siempre rayana
de tu noble alma y de tu inteligencia.
Más, la conquista de la edad que muere
es el tesoro de la edad que nace,
no es la ciencia, relámpago que hiere
un instante la vista y se deshace
sino que por tu acción, noble bombero
te saludo reverente y descubro mi sombrero.
Dejas tu hogar allí, constelación fulgente
que deja en su transcurso fugitivo
de cada edad, tu alma inteligente
única aureola y por siempre activo
y los siglos ilustres, coronan tu frente.
Tras esa aureola, camináis vosotros,
vosotros, los cerebros en que bullen
ansiosos siempre de prestar labores
en hogares incendiados, por los días
todos de luz y fantasía.
Vosotros voluntarios impacientes,
no retrocedéis jamás ante el peligro
abnegados hoy, mañana y siempre
en mi mente tu estás conmigo
por tu bravo tesón y por ser inteligente.
Millares de veces te han humillado
cuando acudes presuroso a la llamada
de inmediata acción, y tal vez arrodillado
elevas una plegaria, a tu madre amada.
Se ríen siempre, con burla y saña
perdona el agravio, bombero ejemplar
quizás salves, sus vidas mañana,
y sigue siempre en tu hermoso ideal.
Abnegación y sacrificio, es tu divisa
que te guía y te mueve a luchar,
no hagas caso de burlas y risas
y sigue siempre tu camino triunfal.
No saben acaso que tu nada pides
y en cambio de eso todo lo das,
tu sacrificio no será en vano
y ten por seguro, no se olvidará, jamás.
FUEGO, FUEGO!…
Poesía declamada por su autor, Samuel Fernández Montalva,
en la fiesta del Cuerpo de Bomberos llevada a efecto
en el Teatro Municipal de Quillota, mayo de 1915.
La noche oscura y fría
teje sobre los cielos su túnica sombría.
Hay voces apagadas de un esperar eterno
que lleva entre sus alas el viento del invierno.
El mundo aguarda, insomne, que llegue la mañana.
De pronto surca el aire la voz de una campana
que lentamente gime, que pide, que solloza,
para el palacio regio, para la humilde choza.
Y, lejos, allá lejos, sobre su tumba asoma
Nerón, que todavía piensa incendiar a Roma.
Porque ese campanario de música indecisa,
el fuego del incendio con su gemido avisa.
El eco de sus notas despierta al hombre bueno,
al hombre que se juega su vida por lo ajeno.
Y al sitio del peligro donde se sufre y clama,
En donde se agiganta devoradora llama,
acude presuroso,
y calma su presencia la angustia y el sollozo.
Entonan a su paso los cantos de alabanza
y en los dolientes pechos renace la esperanza.
El hombre bueno, lucha valiente y convencido
de verse al fin triunfante, con su deber cumplido.
Y, mientras la victoria por conseguir se afana,
solloza en la alta torre la voz de la campana,
y vibra en su sollozo el grito sobrehumano
de Abel al ser herido de muerte por su hermano.
En tanto, se acrecienta la llamarada infame
que con terrible furia surge, devora y lame
lanzando hasta los cielos el humo endemoniado
como hálito maldito del ángel revelado,
que busca, ansioso y ruin,
la abandonada pira que levantó Caín.
Comienza la batalla, feroz, sin tregua, a muerte
entre el amor y el odio, lo hidrófobo y lo fuerte,
la llama que destruye, la mano que levanta,
el grito de blasfemia, la melodía santa,
lo eternamente noble, lo eternamente atroz,
la bendición del cielo, la maldición de Dios.
Y, pasa el tiempo, pasa
con lentitud terrible, hasta que al fin, la brasa
por su rival vencida, recoge las melenas
de fuego de sus llamas.
Y, pasa el tiempo, apenas
surge de tarde en tarde, la débil llamarada
cual signo de protesta, cual loca carcajada
de fiera moribunda.
Y, pasa el tiempo, pasa y, al fin, el agua inunda
El campo de la lucha.
El bienestar renace. En su vibrar no llora
el bronce de la torre. Su canto que se escucha
alegre, es un saludo al beso de la aurora